Seguramente alguna vez han empleado o escuchado la frase “de política y religión no se habla”, y no es precisamente que deba prohibirse, sino que gran cantidad de personas (sobre todo las que, de eso suelen ser sus conversaciones), no son muy tolerantes al respecto, y por ello es mejor evitar entrar en polémica.
Algunos podrían decir lo mismo sobre deportes, porque al final, casi cualquier percepción de cualquier tema es eso: como lo ve cada persona, su propia opinión; y las justas deportivas son otro tema para aplicar: “es un cuento de nunca acabar”.
Entonces, ¿qué pasa cuando una figura de nuestro deporte favorito externa su opinión sobre política o religión, o peor aún, cuando esa opinión difiere de la nuestra e incluso es totalmente opuesta?
No se trata de que todos los que nos agradan deban pensar igual que nosotros, pero a veces creemos que, en ciertos casos, es mejor no habernos enterado de tal cosa…
Y es que, como bien sabrán, la edición 51 del Super Bowl, será protagonizada por los Halcones de Atlanta y los Patriotas de Nueva Inglaterra; pero ¿qué hay de raro en eso, se preguntarán? (o quizá ya lo saben), y es que este segundo equipo, y el ahora presidente Donald Trump, son viejos grandes amigos.
Así es, entre su querido quarterback Tom Brady, y el magnate, existe una “bonita amistad”, y no dejemos fuera a Bill Belichick, entrenador en jefe del equipo, quien hasta fue inspiración para Trump (según él), aunque el mismo Bill dice que esa relación es de tiempo atrás, y prefiere no mezclarla con el asunto político.
Bueno, y qué decir del eterno agradecimiento que Robert Kraft –dueño de Nueva Inglaterra– le tiene al mandatario, por el apoyo que éste le proporcionó cuando su esposa falleció en 2011; pero, ¿es este motivo para apoyar una carrera política, que pueda repercutir catastróficamente a nivel mundial?
Irrita que no sean capaces de separar la amistad de algo tan importante, como haber contribuido a que alguien más, preocupado por su bronceado, sea quien vaya a dirigir al país vecino durante los próximos años. Irrita que un evento, tan seguido por millones de personas, se vaya a ver involucrado en intereses políticos, y quién sabe si hasta tergiversado, por darle gusto a su “querido presidente”.
Los caprichos del señor Trump ya iniciaron, y para muestra un botón, ya que rechazaron cien toneladas de aguacate de Jalisco; ahora sí que será un Super Bowl, muy a la Trump (tal vez sin nachos y guacamole).