Un día sin gasolina

Es la tarde de un viernes cualquiera en la Ciudad de México y quienes aquí vivimos ya saben a lo que nos enfrentamos si queremos salir a la calle: un enorme caos vial, la marabunta de chilangos que corren para llegar al fin de semana, sitios atestados de humanidad y ni un solo hueco donde quepa un alma.

Pero hoy no, hoy es un día especial porque no hay gasolina, la escasez llegó al país y hay quienes han pasado hasta 15 horas haciendo fila para llenar un tanque, en esta ciudad.

Es como si el tiempo se hubiera detenido, de pronto hasta parece escucharse el silencio en una ciudad que siempre grita, mientras se observan las calles solitarias y los menos autos corren con una libertad que no conocían.

Este es un viernes distinto, nadie maldice, no hay bocinas desquiciadas, no hay mentadas de madre y la calma con la que uno transita parece ser propia de otra ciudad, de otro país avanzado donde la movilidad no es un problema, porque funcionan las bicicletas, los autos híbridos y el tránsito alternativo.

Es una especie de sueño fantástico en que la mitad de los chilangos se esfumaron y entonces hay lugar en el autobús, las calles están despejadas y desaparece la nata gris que suele cubrir el cielo de está intoxicada ciudad.

¿Cómo sería vivir así siempre? Los anuncios dirían algo como “Venga usted a la Ciudad de México, la más alta calidad de vida, aire limpio, campos verdes, transporte eficaz, la población más feliz del mundo y nulos índices de delincuencia. Los finlandeses están pidiendo asilo político para vivir aquí”.

Entre el gobierno entrante, el robo de combustible y el Chupacabras, los pobres mortales que vivimos en este país poco sabemos sobre la situación real; ¿por qué no podemos llenar los tanques?, por qué dicen que hay “desabasto”; a dónde se fue la gasolina y dónde quedó la bolita son cosas que todos nos preguntamos, pero que no contestan ni Chabelo, ni Ventaneando y menos la Rosa de Guadalupe.

Y mientras resolvemos todas esas interrogantes, cabe un momento del año en que soñamos con una ciudad diferente, limpia, un tránsito tranquilo, llegar a todos lados sin correr, vivir sin prisa, pensar que somos noruegos o suecos antes que chilangos, y que el Izta o el Popo son los Alpes en el paisaje lejano.

Y aunque la cerrazón es característica del mexicano, este día unos cuantos nos ganamos el privilegio de disfrutar la ciudad, solamente porque no nacimos en auto, mientras el resto dejó de ocupar espacio porque se fue a formar a la gasolinera…

@LosIrritantes

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