Es clásico en México, conocer una persona que se queje de algo, o se proclame en contra de, y al mismo tiempo esté llevando a cabo alguna acción en relación a eso; que juzgue a los demás, pero cuando se trata de él o ella para nada está haciendo algo mal o lo incorrecto.
Un ejemplo claro, son aquellos que no quieren que las madres amamanten a sus hijos en público, pero son de los que orinan en la calle, o se ponen ebrios, o hacen otras cosas peores.
O también la Iglesia y su entrañable pleito contra los homosexuales, y que estos busquen igualdad; pero no fuera un sacerdote con VIH que abusa de 30 niñas porque “no, ¿cómo?”, “está arrepentido”, etcétera.Sin olvidarnos, claro, de aquellos que están 100% contra el maltrato animal y apoyan cualquier iniciativa, pero que también tienen un perro amarrado en la azotea de su casa.
Irrita que la gente no comprenda que el cambio empieza por ellos mismos, que no debe de estar juzgando a los demás; irrita que no sean capaces de dedicarse a sus propios asuntos, y siempre busquen un modo de estar molestando al prójimo.
Al final, todos tienen cola que les pisen, y como dicen por ahí “si ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, o para ser más directos: reconozcan en qué la están regando, y luego ya hablan.